Fecha: 27 de agosto del 2011. 19:00 horas.
Lugar: Teatro Universidad de Concepción.
Dirección: O’Higgins 650, Concepción.
La galardonada Orquesta con el Premio a la música clásica, Presidente de la República, La Orquesta Sinfónica de la Universidad de Concepción presentará el día sábado 27 de agosto a las 19:00 horas. Este concierto sinfónico, es la octava presentación de su genero en la temporada 2011. El director invitado, en la oportunidad, es el director Donato Cabrera de EEUU.
PROGRAMA
Ludwig Ban Beethoven
Obertura de Egmont, opus 84
Franz Schubert
Sinfonía Nº8 en si menor, D759, Inconclusa
Jean Sibelius
Sinfonía Nº2 en re mayor, Op. 43
ENTRADAS
A la venta en boletería del Teatro Universidad de Concepción. Atención continuada de lunes a viernes de 12:00 a 20:00 horas.
General: $5.000
Convenios: $3.000
Balcón: $2.500
Estudiantes: $2.000
NOTAS AL PROGRAMA
Felipe Elgueta Frontier
En 1774, Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) publicó su importantísima novela Las desventuras del joven Werther. Esta obra, que marcó el inicio de la fama mundial de Goethe, es considerada una de las precursoras del romanticismo literario. Menos conocida es la obra teatral que empezó a escribir inmediatamente después, Egmont, recordada sobre todo por su asociación con la música de Ludwig van Beethoven (1770-1827).
Egmont fue estrenada tardíamente en 1789 en Mainz. Dos décadas después, Beethoven recibió el encargo de componer la música incidental para el estreno en Viena, la cual consistió en diez piezas, entre ellas una obertura orquestal y dos canciones para la amada del protagonista. La obra de Goethe está inspirada en la vida del Conde Egmont, líder de la resistencia de Flandes (Países Bajos) contra el dominio español en el siglo XVI. La resistencia fue tan fiera como la que encontraron los españoles al enfrentar a los mapuche; de ahí que Chile fuera conocido como el «Flandes Indiano». Beethoven, quien era de ascendencia flamenca, parece haberse identificado fuertemente con la historia de aquel héroe que dio su vida por la causa de la libertad. Además, había un evidente paralelismo entre aquella lejana historia y la situación política en la Viena de 1810, que llevaba meses bajo ocupación francesa.
La pieza más conocida de la música para Egmont es su obertura. Se trata de un magnífico resumen de los conflictos centrales del drama de Goethe, así como de su resolución. La opresión del régimen extranjero se refleja especialmente en la introducción lenta, cuyo ritmo recuerda precisamente a una zarabanda española. La breve transición hacia el Allegro que le sigue consiste en un motivo muy simple tocado repetidamente por violines y violonchelos (un antepasado distante de lo que hará Sibelius al unir los movimientos finales de su Sinfonía N°2). El enfático motivo de la introducción lenta reaparece reiteradamente en esta heroica sección que representa la pugna entre los españoles y los rebeldes flamencos, así como la valentía de Egmont. Cerca del final, la música se interrumpe bruscamente, representando la ejecución del héroe. Tras un momento de suspenso se inicia la jubilosa «sinfonía de la victoria”, idéntica a la que se escucha al final de la obra teatral, anunciando que el sacrificio del noble Egmont no será en vano, puesto que su causa libertaria triunfará.
La simbiosis entre la música de Beethoven y el drama de Goethe impresionó profundamente al joven Wagner y lo llevó a escribir su primera tragedia teatral a los 15 años de edad, el primer paso en el camino hacia los influyentes dramas musicales de su madurez. Franz Peter Schubert (1797-1828) también tenía una gran vocación por el teatro, pero sus óperas no tuvieron éxito y, dentro de su música incidental, sólo la de Rosamunda, Princesa de Chipre (1823) ha alcanzado cierta difusión. Se sospecha que la música del primerentreacto de Rosamunda fue concebida inicialmente como parte del movimiento final de una sinfonía en si menor. De los otros tres movimientos de esta sinfonía, Schubert orquestó sólo los primeros dos y parte del tercero. Esta obra es la que conocemos actualmente como Sinfonía N°8 «Inconclusa». Sin embargo, no fue la única sinfonía que Schubert dejó sin completar en aquellos años.
Aunque Schubert había completado seis sinfonías entre 1813 y 1818, en la última década de su vida sólo completó una (Sinfonía N°9, “La Grande”, 1826). Existen bosquejos de tres sinfonías inconclusas (incluida la actual Sinfonía N°7) que datan de 1818 a 1821, además de la Sinfonía N°8, que data de 1822. La mayoría de estas sinfonías inconclusas fue escrita en partitura de piano, dejando la orquestación para una etapa posterior, lo que le permitía al compositor una mayor libertad para experimentar y expandir sus horizontes estilísticos. Probablemente, esta experimentación le planteó a Schubert problemas para los cuales no encontró una solución convincente y que lo llevaron a abandonar dichos proyectos. Sin embargo, este proceso no fue en vano, a juzgar por la madurez alcanzada en la Sinfonía N°8, la cual se encuentra en un mundo expresivo muy distinto del habitado por sus anteriores sinfonías, las cuales, pese a chispazos de genialidad e inusuales giros armónicos, todavía estaban bastante apegadas al clasicismo vienés.
El Allegro moderato inicial es probablemente la pieza orquestal más impresionante de Schubert. El tema introductorio, enunciado en el oscuro registro de los violonchelos y contrabajos, extiende un trágico velo sobre todo este movimiento. Los violonchelos introducen también el segundo tema, que trae un alivio sólo momentáneo, antes de la irrupción de angustiosos trémolos de toda la orquesta. Mucha de la tensión de esta música proviene de la obsesiva repetición de ciertas figuras rítmicas y de un teatral uso del silencio. Tanto este movimiento como el Andante que le sigue dan testimonio del maravilloso don melódico de Schubert, que le permitió escribir más de 600 canciones durante su corta vida. Aunque ambos movimientos son de métrica y pulso muy similares, no sucede lo mismo con su carácter. Tras la angustia del Allegro, el tema inicial del Andante trae serenidad y consolación, mientras que su segundo tema es un tiernísimo y melancólico dúo de oboe y clarinete. Aunque hay un par de breves pasajes que evocan el drama anterior, el movimiento culmina reiterando el primer tema hasta desvanecerse en una quietud que parece estar más allá de este mundo.
Al igual que la Sinfonía N°9, la Inconclusa no fue estrenada sino hasta mucho después de la muerte de Schubert. Fue el compositor y crítico Robert Schumann quien descubrió la partitura de la Sinfonía N°9 en 1838. Aunque fue muy rechazada inicialmente, dicha sinfonía contribuyó a despertar el interés en la música de Schubert, lo que llevó al redescubrimiento de muchas otras composiciones, entre ellas la Sinfonía N°8, que alcanzó gran celebridad luego de su tardío estreno, realizado en Viena en 1865. En dicha ocasión, la obra fue “completada” agregándole el último movimiento de la Sinfonía N°3 como final.
Pocos días antes del estreno de la Sinfonía N°8, nacía Jean Sibelius (1865-1947) en el entonces Gran Ducado Ruso de Finlandia. Su interés por las leyendas nórdicas del Kalevala y su participación en eventos patrióticos (como los que dieron origen a sus célebres Finlandiay Karelia) ha llevado a muchos a ver a Sibelius exclusivamente como un compositor nacionalista. Esto ha tendido a eclipsar en cierta medida la originalidad y valor universal de su obra, que son especialmente evidentes en sus siete sinfonías. Al igual que la Inconclusa de Schubert, la Sinfonía N°2 (1903) de Sibelius representa un viraje hacia un estilo más maduro y personal. Mientras Schubert adopta una expresividad propia del entonces naciente romanticismo, Sibelius se aleja del romanticismo nacionalista propio de su tiempo y adopta un enfoque más clásico. El resultado es un equilibro impresionante entre la expresividad y la solidez estructural de la obra.
El primer movimiento está construido sobre una tradicional forma sonata, pero ésta no es inmediatamente aparente. Sibelius comparó esta música con un mosaico: pequeños fragmentos de material temático muy diverso que van calzando en su lugar hasta formar una gran estructura. Las cuerdas inician la obra presentando un fragmento de escala ascendente (fa-sol-la). Este simple motivo de tres notas es la base de gran parte del material temático de la sinfonía. Tras las cuerdas, las maderas introducen un tema de carácter rústico y bailable, que se inicia con el motivo de tres notas, pero tocado más rápido y en forma descendente. Poco más adelante, también adquirirá importancia como elemento unificador el salto de quinta descendente, el cual es evidente sobre todo en el segundo movimiento, inspirado en la leyenda de Don Juan y su aterrador encuentro con la estatua animada del Comendador. Este “Convidado de Piedra” estaría representado por el tema de los fagotes, mientras que la desesperación de Don Juan se refleja en los pasajes más agitados, con permanentes cambios de pulso. Tras la aparición de un luminoso y etéreo “tema de Cristo” (Andante sostenuto) se inicia una metamorfosis de todos los temas que podría interpretarse como un conflicto entre salvación y condenación, el cual acaba sin resolverse.
En el movimiento siguiente, llama la atención el contraste entre el breve y agilísimo Scherzo y el melancólico tema introducido por el oboe (Lento e suave). La segunda aparición de este tema conduce a un pasaje basado en el motivo de tres notas ascendentes, el cual funciona como transición hacia el majestuoso movimiento final. Éste se inicia con un victorioso tema a cargo de las cuerdas y basado también en el motivo de tres notas. El ambiente de celebración se interrumpe al poco andar, cuando el oboe introduce un tema de carácter fúnebre, escrito en memoria de la cuñada de Sibelius. Sin embargo, es el ánimo triunfal el que predominará. Como broche de oro, trompetas y trombones entonan el motivo de tres notas ascendentes, pero esta vez prolongándolo hasta una cuarta nota. El efecto es el de haber llegado a una meta arduamente buscada a lo largo de toda la obra.